febrero 24, 2008

Aventura China 3-Beijing


Llegar a Beijing intimida. Es una ciudad grande, en donde todo está obviamente en mandarín y uno solo, solito, solo… pero es tan imponente y tan maravillosa esta ciudad, que el miedo se desvanece al ver tantas cosas bonitas y grandiosas. Me temo que las palabras se quedaran cortas para describir lo que siento.

Llego al atardecer y un sol que comienza a caer me acompaña entre grandes autopistas, edificios inmensos, unidades residenciales coloridas con parques en los que hay mesas de ping-pong al aire libre y a lo lejos se ven templos y pagodas. Mucha gente. Muchos carros. La cabeza sigue doliendo por el cambio de hora.

Llego al hotel, me instalo y agradezco que en esta capital se habla un poquito más de inglés que en la provincia. Tomo un “doloroso” masaje oriental (con el que pensaba hallar un poco de descanso, pero…ay ya yai) y me preparo para lo que viene.

Al otro día, muy temprano, con una temperatura de 0 grados centígrados, con perspectivas de llegar a menos 9 grados, tomo un tour que me lleva fuera de la ciudad a las Tumbas Ming y a la Gran Muralla China. Este es el inicio de un bombardeo de información y emociones que sólo logro asimilar casi dos días después.

Técnicamente uno NO VE las tumbas Ming, sino los palacios y templos construidos en su entorno. Ahí se comienza a ver lo grandioso de los antiguos chinos, que construían grandes palacios sólo con madera ensamblada y sin utilizar una sola puntilla. Grandes columnas construidas con troncos de árboles con más de 100 años de edad (para llegar a la altura y grosor necesarios para construir cada edificio).

El guía se apresura por llevarnos a almorzar casi a las 11:00 am (supongo que tiene afán por terminar con su trabajo) y luego a medio día nos lleva a una de las Siete Maravillas del Mundo Moderno: The Great Wall, o la Gran Muralla China. Mi papá me había hablado de ella, con 7.300 km de este a oeste (más extensa que un viaje a la costa en carro), los mitos urbanos dicen que se ve desde la luna… ¡Oh, es absolutamente increíble volver realidad esas imágenes que estaban en la cabeza y lograr inmiscuirse en ellas al tomarse una foto que congelará por siempre el encuentro de una idea con la cabeza que alguna vez la evocó! (…que poeta, ¿no?).

El ascenso a la muralla es divertido. Se monta uno en un carrito como de montaña rusa que te lleva a una cima, punto de partida para que conozcas un tramo de la Muralla. Todo en un ladrillo negro, se despliega a través de las cimas de las montañas onduladas de la República Popular China. Subidas con pendientes muy marcadas dejan sin aire a los turistas emocionados que caminan y se toman fotos por doquier. Hay pequeñas construcciones, tipo observatorio, que servían de guarida para los vigilantes de la muralla en tiempos que datan 480 años antes de cristo y para aquellos que en el siglo XXI se congelan apreciando esta construcción. Imponente.

Después de un té verde, el tour termina llevando a los extranjeros a una farmacia china, en donde unos doctores de la medicina oriental le dan a uno una clase sobre lo saludable que son los chinos y tratan de venderle a uno sus medicina naturales que “beneficiarán los riñones, se limpiará el organismo y así se vivirá tanto como un chino”. Obviamente no compré nada.

A media tarde me bajé del bus en el centro y comencé a caminar. Con mapa en mano descubro que las cuadras son mucho más largas de lo que uno se imagina, pero encuentro un montón de cosas interesantes en el camino para mirar. Centros comerciales super modernos, tiendas especializadas en vender palitos chinos para comer (de todos los precios y en todas las presentaciones), un callejón de comidas en donde hay puestos en donde venden pinchos con bichos ojones y caballitos de mar como disecados (un tanto impresionante), pero también hay pinchos de frutas caramelizadas (manzanas, fresas y unas papas dulces) deliciosos.

Me encuentro con grandes avenidas iluminadas y Tiana´anmen Square (ya de noche) con la foto de Mao en el centro.
Tiana´anmen Square es la plaza pública más grande del mundo (dicen los chinos)… y bueno, si se ve gigante, tanto o más que el Zócalo mexicano en el D.F. Se construyó con la idea de poder tener un gran espacio para organizar actos masivos políticos, con grandes edificios y construcciones a los lados. Marca por un lado el acceso a Forbidden City (entrando por la puerta de Mao) y en frente hay un obelisco monumento a los Héroes del Pueblo, el Museo Nacional de Historia y la Asamblea Nacional.

En este punto estoy agotada. Es de noche, he caminado un montón, he tomado toneladas de fotos y he grabado un cassette entero de video. He sobrevivido al viento frío de Beijing y tengo un hambre que ni se imaginan. Ya no confio en mi percepción del mapa porque las distancias son absurdas, así que decido buscar un restaurante en donde comer. Tengo antojo del famoso pato Pekín (o pato lacado) y camino otra media hora hasta llegar accidentalmente a un hotel con un pato gigante en la entrada, que resultó ser uno de los mejores lugares para probar el manjar local (lo que confirmo en una guía turística que conseguí de la ciudad). En un salón hermoso, grande y elegante, chequeando cuantos más occidentales-ojo grande había en el lugar (solo dos más) pido medio pato lacado, te verde y una cerveza china. ¡Exquisito!.
A punto de desmayarme del cansancio, tomo valor, me meto en la estación del metro frente al hotel del pato y regreso a casa: el Holiday Inn me recibe de nuevo. Antes de acostarme a dormir a eso de las 10:00 pm de la noche en China, me conecto a internet para saludar a mi querido Julian quien ya, recien arreglado, se dispone a salir al trabajo muy a las 9:00 de la mañana en Colombia. ¡MI mundo está al revés!

Mañana será otro día. La Ciudad Prohibida me espera.

Liliana
Enero, 25 de 2008.

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