Llegar a Beijing intimida. Es una ciudad grande, en donde todo está obviamente en mandarín y uno solo, solito, solo… pero es tan imponente y tan maravillosa esta ciudad, que el miedo se desvanece al ver tantas cosas bonitas y grandiosas. Me temo que las palabras se quedaran cortas para describir lo que siento.
Llego al atardecer y un sol que comienza a caer me acompaña entre grandes autopistas, edificios inmensos, unidades residenciales coloridas con parques en los que hay mesas de ping-pong al aire libre y a lo lejos se ven templos y pagodas. Mucha gente. Muchos carros. La cabeza sigue doliendo por el cambio de hora.
Al otro día, muy temprano, con una temperatura de 0 grados centígrados, con perspectivas de llegar a menos 9 grados, tomo un tour que me lleva fuera de la ciudad a las Tumbas Ming y a la Gran Muralla China. Este es el inicio de un bombardeo de información y emociones que sólo logro asimilar casi dos días después.
Técnicamente uno NO VE las tumbas Ming, sino los palacios y templos construidos en su entorno. Ahí se comienza a ver lo grandioso de los antiguos chinos, que construían grandes palacios sólo con madera ensamblada y sin utilizar una sola puntilla. Grandes columnas construidas con troncos de árboles con más de 100 años de edad (para llegar a la altura y grosor necesarios para construir cada edificio).
El ascenso a la muralla es divertido. Se monta uno en un carrito como de montaña rusa que te lleva a una cima, punto de partida para que conozcas un tramo de la Muralla. Todo en un ladrillo negro, se despliega a través de las cimas de las montañas onduladas de la República Popular China. Subidas con pendientes muy marcadas dejan sin aire a los turistas emocionados que caminan y se toman fotos por doquier. Hay pequeñas construcciones, tipo observatorio, que servían de guarida para los vigilantes de la muralla en tiempos que datan 480 años antes de cristo y para aquellos que en el siglo XXI se congelan apreciando esta construcción. Imponente.
A media tarde me bajé del bus en el centro y comencé a caminar. Con mapa en mano descubro que las cuadras son mucho más largas de lo que uno se imagina, pero encuentro un montón de cosas interesantes en el camino para mirar. Centros comerciales super modernos, tiendas especializadas en vender palitos chinos para comer (de todos los precios y en todas las presentaciones), un callejón de comidas en donde hay puestos en donde venden pinchos con bichos ojones y caballitos de mar como disecados (un tanto impresionante), pero también hay pinchos de frutas caramelizadas (manzanas, fresas y unas papas dulces) deliciosos.
Tiana´anmen Square es la plaza pública más grande del mundo (dicen los chinos)… y bueno, si se ve gigante, tanto o más que el Zócalo mexicano en el D.F. Se construyó con la idea de poder tener un gran espacio para organizar actos masivos políticos, con grandes edificios y construcciones a los lados. Marca por un lado el acceso a Forbidden City (entrando por la puerta de Mao) y en frente hay un obelisco monumento a los Héroes del Pueblo, el Museo Nacional de Historia y la Asamblea Nacional.
Mañana será otro día. La Ciudad Prohibida me espera.
Liliana
Enero, 25 de 2008.
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